Más allá de las consignas empuñadas por las diversas
organizaciones, los trabajadores y campesinos de Bolivia se han alzado, más que
contra un gobierno particular, contra el conjunto del orden político, social y
económico actualmente establecido. Lo que ha sido señalado como motivo de la
revuelta; la exportación de gas natural a cuenta y beneficio de empresas
extranjeras, no fue, en principio, mucho más que la ocasión que propició la
confluencia de los diversos movimientos de oposición. De todas maneras, esta
demanda no carece de relevancia : la Ley de Hidrocarburos, promulgada por el
gobierno de Sánchez de Lozada , entrega los
recursos de combustibles fósiles del país de modo prácticamente gratuito a las
empresas transnacionales que los hayan descubierto, reservándose el Estado
boliviano tan sólo un impuesto del 18 % sobre el valor a boca de pozo del
crudo, que luego, una vez refinado y elaborado en industrias de Chile,
Argentina o Brasil, se vuelve a vender a Bolivia a precios de mercado mundial.
Las condiciones de secretismo, corrupción desaforada y
abierta violación de las leyes del país en que se pactaron las cláusulas de
venta, sacadas a luz por diputados opositores, acabaron por originar la
indignación de todo un pueblo; además, el hecho particular de que la
exportación de gas hubiera de pasar por los puertos del litoral pacífico, territorio
que Chile había arrebatado a Bolivia en 1879, añadió a la indignación, el
resentimiento patriótico.
La insurrección
de octubre no fue una revuelta de masas amorfas de hambrientos, sino un movimiento
muy bien organizado desde las asambleas, las comunidades campesinas, las juntas
vecinales y los comités de huelga, que supieron coordinar por su cuenta las
luchas a lo largo y ancho del país.
La
rebelión focalizada en El Alto, la ciudad más pobre del país, se articuló a
partir del sentimiento de que los hidrocarburos eran un recurso estratégico y el último para
solucionar los problemas estructurales de pobreza y marginación. Las consignas
“nacionalización” e “industrialización” de los hidrocarburos, contra su
exportación como materia prima, fueron dos ideas movilizadoras que se
vincularon a la realidad miserable de miles de bolivianos de la urbe alteña,
invadiendo la mente de las masas insurrectas necesitadas de trabajo, desarrollo
y bienestar. El gas se convirtió en una cuestión económica de vida o muerte
para la inmensa mayoría del pueblo boliviano.
Al final de la
batalla, está en la conciencia del pueblo boliviano que la Guerra del gas no ha
terminado y que el tiempo establecerá los nuevos términos del enfrentamiento
entre nación oprimida y el imperialismo por la querella del excedente económico
de este recurso.